Don't Cry For Me

Performance

Don't cry for me

De esta frase en inglés parte Cuco Suárez para referirse a la inspiración que origina la obra. Lo onírico se cita a un nivel consciente al contextualizar la idea, pero lo onírico es inconsciente en el principio provocando la aparición de nuevas formas visibles que expliquen aquello que no lo es. La noche, el sueño o el desvelo, son momentos de enorme pulsión creadora. Ocurre que grandes ideas se vislumbran en esos estados en el que el nivel consciente desciende, o el insomnio se impone en sus dosis más altas y se definen aspectos que en otros momentos no se presentan en el intelecto. La huella de la muerte sobre la superficie del asfalto, genera en este trabajo una idea compleja. No son las imágenes reproducidas en papel, con una técnica de grabado concreta, las que determinan su significado absoluto, más bien éstas conforman estrictamente su aspecto visible. Para contextualizar las formas el artista elabora un discurso adentrándose en los jardines de la escatología religiosa. La vida de ultratumba implica reflexionar sobre la muerte y es ésta la forma que deja el cuerpo del animal cientos de veces aplastado sobre el asfalto. La referencia es directa al efecto devastador del hombre en la Naturaleza. Por una parte, ese freno rojo que se cita en el texto, con todos sus posibles significados, hace mención a un momento transcendente, donde se hace visible la delicada línea que separa la vida de la muerte, y por otra, evoca los efectos que cada hombre como potencial ejecutor inconsciente, provoca en su entorno administrando la muerte en cada pequeño acto, en cada mínima decisión. Es posible que ese freno simbólico que Cuco coloca en su instalación sea el que debiera accionarse para contrarrestar la velocidad del presente. Lo cierto es que parece difícil que pueda ser aminorada y un retorno respetuoso a la Naturaleza se antoja cada día más lejano. Por ello, esta crítica es coherente, y aún sin llevarla más lejos, a una escala donde los grandes desastres o conflictos violentos se pongan de manifiesto, es posible avivar el fuego de la reflexión desde una visión micro como la que aquí se materializa. La observación se hace desde el pulso de lo cotidiano en un retiro que permite la cuantificación de los ritmos de la sociedad actual. Las carreteras que Cuco transita para percibir estos desajustes pertenecen a Sobrescobio, Ladines, territorio del maquis como a él le gusta expresar, y albergan en sus márgenes una biodiversidad que se ve amenazada por el hombre, al igual que ocurre en muchos otros lugares del planeta. Todas estas cuestiones que afectan a realidades diversas quedan resueltas implícitamente en lo conceptual. El hecho de establecer analogías entre la imagen de la muerte por aplastamiento que deja un anfibio representado con brea sobre una sábana, evocando el Santo Sudario, más allá de la provocación, para quien así pudiera percibirlo, implica una llamada de atención al situar en el mismo nivel la muerte de los ecosistemas naturales, aquella que viene dada por los efectos del hombre, y la del hombre en sí misma. Con una idea tan rotunda y una representación formal sobria, se estimula la reflexión crítica del individuo que debe hacer consciente su capacidad letal y valorar los desequilibrios que provoca en su entorno. Las decisiones, aparentemente mínimas por individuales, pero escalables en la suma de sus efectos, tienen la cualidad de producir monstruos ante el sueño de la razón.

NO LLORES POR MÍ

Esta acción de Cuco Suárez pretende hacer consciente la realidad de la muerte y del más allá tras la descomposición de la materia. Es esta una cuestión sobre la que el artista reflexiona desde el posicionamiento de la escatología teológica, en concreto desde la escatología individual postmortem, que se interesa por el individuo después de su muerte. Sobre estos temas viene trabajado en los últimos años como cuestión de fondo en sus obras, desde la instalación que contiene piezas de grandes dimensiones que representan las manchas dejadas por diferentes animales aplastados sobre el asfalto, hasta el grabado al que ha llevado esas mismas improntas haciendo visible lo invisible, aquello que se encuentra más allá de las formas.

La escatología, en sus diversas acepciones, es recurrente en la obra de Cuco Suárez, al igual que la muerte es una constante en la existencia de cada individuo. No acostumbramos a reflexionar sobre el fin último de la materia que nos conforma, sobre la existencia de un más allá, o si todo termina ante esa oscuridad que un día nos fulmina, tras la que se inicia la transformación del cuerpo que se corrompe al morir. A esos planteamientos llega el artista al emprender una reflexión profunda sobre las realidades últimas que desde la teología se abordan con amplitud.

Muy pocos elementos son aquí necesarios para introducir al espectador en la obra: el artista se muestra desnudo, ofreciéndose a la observación para evidenciar la muerte con el simple velo que cubre su rostro. El cuerpo recubierto de barro representa la descomposición física por efecto del tiempo que incide en la putrefacción de la materia. La inmovilidad y rigidez de este cuerpo sitúa al espectador ante la muerte del individuo que contempla. Una puesta en escena mínima donde el silencio y la introspección permiten al espectador adentrarse en un estado de conciencia desde el que interpretar lo desconocido, aquello que acontece tras la muerte física.

Javier F. Granda